
Los rayos del sol naciente de Mayo
y la fresca brisa del alba
me despiertan del eterno descanso.
Ahora con mi uniforme de batalla,
montado en un corcel alado
porto la bandera celeste y blanca,
y mi rostro, altivo, sin inmutarse
sigue desafiando al godo del norte.
Son los gorriones pregoneros
que vuelan entre las ramas de pinos
los que entonando un himno
me cuentan de la lograda libertad.
Al mismo tiempo
bajo el cielo infinito de Dios
chispazos de agua cristalina
de la fuente de la vida
bendicen mi cuerpo
limpiándome de sangre enemiga.
El canto de los pájaros,
el bullicio de la gente
despiertan a los soldados criollos,
quienes formados con armas al hombro,
en posicion de firme, sacando pecho,
vitorean a viva voz
a mi querida Patria
por la victoria alcanzada.
Y esa mujer de bonitos ojos marrones
vestida de dama y peinetón de oro
que se me acerca y acaricia mi rostro
con sus delicadas manos de ángel,
me llena de recuerdos, de nostalgias
de una vida de tristezas y alegrías,
de derrotas y victorias impensadas
haciéndome saber, vanagloriándome,
que desde un tiempo atrás,
al igual que mis valientes guerreros,
Yo, el General Manuel Belgrano,
estoy en el mundo de los héroes.
Son mis soldados, mis hijos,
furiosos de victoria en los campos de batalla
quienes deberían posar gallardos
en un monumento de oro y plata
por haber ofrendado sus vidas
para liberar a su pueblo de yugo español.
Por ellos, por su valentía y entrega,
de rodillas suplico a Dios
y ordeno al pueblo argentino
¡Gloria y honor a los soldados de la Patria!
-Daniel Ruiz-