
El Zorzal Criollo falleció a los 44 años, en la cúspide de su carrera, y su muerte marcó un antes y un después en la historia de la cultura popular del país. Pero más allá de la figura del artista, su desaparición física fue aprovechada por los poderes de turno para convertir al cantor en una leyenda funcional a intereses políticos y mediáticos.
Un funeral con aires de epopeya
El funeral de Gardel recorrió América Latina. Sus restos fueron velados en Medellín, Bogotá, Nueva York, Montevideo y finalmente Buenos Aires, donde una multitud lo despidió como si se tratara de un jefe de Estado. Aquella despedida fue más que espontánea emoción: detrás hubo una cuidadosamente montada campaña orquestada por los medios afines al régimen de la Década Infame, que buscaban canalizar el duelo colectivo para desviar la atención de una Argentina sumida en la corrupción, el fraude electoral y la represión.
El mito que sirvió al poder
Gardel era el rostro perfecto para encarnar una Argentina nostálgica, sentimental y dócil. En un contexto de crisis institucional y manipulación del voto, la figura del cantor fue elevada a símbolo nacional por una maquinaria propagandística que vio en su imagen la posibilidad de unir al pueblo en un sentimiento apolítico. El mito fue útil: despolitizado, inmortal, y eternamente “volviendo” cada vez que se lo evocaba.
Un artista, muchas patrias
A noventa años, aún se debate sobre su lugar de nacimiento: ¿Tacuarembó, Toulouse, o Buenos Aires? La ambigüedad biográfica fue parte de la construcción mediática, adaptada a conveniencia por diferentes sectores. Lo que no está en discusión es su legado: Gardel cambió la historia del tango, lo llevó al cine y al disco, y lo convirtió en fenómeno mundial.
Su voz, patrimonio eterno
Aunque su vida fue corta, su influencia perdura. Gardel no solo canta cada día mejor; también representa una era, una estética, y un modo de entender el sentimiento popular argentino. Pero su figura también nos recuerda cómo el poder puede apropiarse del arte, y cómo los ídolos pueden ser usados como herramientas de distracción o de legitimación.
A 90 años de su partida, la pregunta sigue vigente: ¿Cuánto del mito de Gardel pertenece al pueblo, y cuánto fue moldeado desde las sombras del poder?