
Durante días, la comunidad se volcó a las calles, al monte, a las redes y hasta a los medios, con un único objetivo: encontrar a Priscila Margot Quezada, quien supuestamente había desaparecido en un estado de vulnerabilidad total: sola, y con un embarazo en curso.
Pero en las últimas horas, la verdad estalló como una bomba.
Priscila no estaba ni desaparecida ni embarazada. Según fuentes cercanas, la joven se fue por voluntad propia junto a un hombre y decidió no informar nada a su familia.
¿El resultado?
Una familia destruida emocionalmente. Recursos públicos desplegados. Una comunidad completamente movilizada. Y una gran cantidad de gente que, con la mejor intención, se sintió usada y estafada.
“Nosotros hicimos todo por encontrarte… mi familia está destruida”, expresó una de sus tías en un desgarrador mensaje publicado en redes. También agradeció a todos los que ayudaron en la búsqueda y pidió disculpas: “Así como ustedes fueron engañados, nosotros también”.
Esto no es un juego.
Este tipo de situaciones no solo causan un enorme impacto emocional en los allegados, sino que ponen en riesgo la credibilidad de futuras denuncias. ¿Qué pasa la próxima vez que alguien realmente necesite ayuda urgente? ¿Se actuará con la misma velocidad?
Desde el lado institucional, las autoridades no ocultaron su molestia: hubo patrullajes, operativos, difusión masiva de la búsqueda y hasta intervención de unidades especializadas.
La historia de Priscila es un llamado de atención brutal: la responsabilidad personal no puede pasarse por alto cuando se pone en marcha semejante maquinaria de ayuda y contención.
Hoy en Pichanal no se habla de otra cosa. El daño está hecho. Y las heridas, abiertas.