
Ubicado en el departamento de Santa Catalina, en la provincia de Jujuy, El Angosto es el punto habitado más septentrional del país, recostado sobre el cerro Branqui de 4.000 metros sobre el nivel del mar, donde un hito marca el límite con Bolivia.
Según relató Casiano Waysar, guía local y enfermero de emergencias, «vivían unas 40 familias, pero hoy quedan instaladas de manera definitiva no más de 30». La migración de los jóvenes a las ciudades, en busca de trabajo, ha dejado al pueblo principalmente en manos de abuelos y algunos jóvenes que siguen apostando a la vida en la altura.
Vida dura en la Puna
El Angosto es una zona semiárida, donde la vegetación escasea debido a las lluvias poco frecuentes —apenas 400 mm anuales— y una temperatura media de 8°C. Sin embargo, el ingenio y la tradición han permitido a sus pobladores desarrollar invernaderos y pequeñas huertas irrigadas por acequias, donde cultivan maíz, papa norteña, girasol, y crían llamas, ovejas, cabras, burros y gallinas.
La vida diaria se organiza en torno a la cocina a leña, la escuela primaria y la iglesia. Los pobladores viven de su ganado y de la escasa agricultura, en una lucha constante contra la sequía que hoy atraviesa la región.
Un custodio de la tradición
Casiano Waysar, de 64 años, nació en El Angosto y conoce cada rincón de la puna jujeña. Además de ser guía turístico, es enfermero de emergencias y visita periódicamente el pueblo para asistir a la comunidad.
«Somos el punto más septentrional de la Argentina, no hay otro más arriba en el mapa que esté habitado», afirma orgulloso.
El Angosto limita hacia el norte y oeste con Bolivia, al sur con la localidad de La Ciénaga, y hacia el este con Santa Catalina.
Pese a la dureza del clima y el aislamiento, El Angosto sigue en pie, resistiendo el olvido y preservando una forma de vida que se remonta a generaciones. Cada turista que llega se lleva consigo algo más que fotos: descubre una historia viva de resiliencia, identidad y amor por la tierra.