
Es marzo en Jujuy, tiempo de ir a Tumbaya, de rezar y cumplir las promesas que hicieron a la Virgen de Copacabana de Punta Corral.
Cristina, una mujer del pueblo de Yala, es una de las tantas devotas que van a visitarla. Tiene prisa por ir a verla, de tocarla y venerarla.
Antes que salga el sol ya está caminando rumbo al santuario que cobija a la milagrosa Virgen. Cada paso que da en ese sendero de peregrinos la acerca aún más a su mamita del cerro, pero siente que las piernas y los años le pesan toneladas, que el poco aire que tiene en los pulmones se le escapa por la boca, la nariz, por los poros, le cuesta respirar. Sabe que tiene que descansar, porque las piernas, al igual que el bastón de madera, ya no le responden como antes, piensa que jamás va a llegar, que tiene que regresar, detiene la marcha y a sus acompañantes les dice que continúen sin ella, que más arriba los va a alcanzar.
Se sienta en un morro de tierra y piedra, toma aire, descansa y descansa, no sabe cuantos minutos estuvo sentada en ese paraje de Dios tratando de recuperar fuerzas para proseguir con su travesía. Trató de pararse y al ver que no podía, clamó al cielo:
-¡Virgencita ayudame!…¡Dame fuerzas!…
De pronto: -¡Buenas señora!… ¡Me convida agua por favor!-le pidió amablemente una viejita que pasaba por ahí, la cual vestía un saquito rosado, una pollerita roja y una mantita morada.
La anciana se sentó al lado de ella, bebió agua. Cristina le comentó que no podía caminar: que le faltaba el aire, que a los pies los tenía adormecidos y por estos motivos dudaba en poder llegar al santuario.
-¡Pero Cristina cuál es el apuro por llegar a la capilla!..No te apures….Hacé diez pasos y descansá…Hacé diez pasos y descansá…Hacé diez pasos y descansá…¡Despacio!…Porque de a poquito se llega lejos.-le aconsejó la anciana.
Después la amable viejita se fue cuesta arriba. Cristina se levantó y siguiendo el consejo dado, caminó y caminó hasta que llegó al tercer de los cuatro calvarios, en donde la estaban esperando los suyos.
-Pensamos en ir a buscarte. -le dijo uno de sus hijos.
-¡Gracias!… No hacía falta…La anciana de la manta morada me ayudó.-comentó Cristina.
-¿Anciana?…¿Qué anciana? -preguntaron.
-¿Pero qué ustedes no la vieron?-con una pregunta contestó Cristina.
Mirándose entre ellos, respondieron:
-¡No!… ¡Por aquí no paso ninguna anciana!…
Y Cristina, con sus pasos llenos de devoción y fe, prosiguió caminando para ver de nuevo a la Virgencita de Punta Corral.

FIN (Daniel Ruiz)