
La vieja y destartalada carreta, con su carga de mercaderías para los peones que trabajan en una perdida finca de Los Nogales, al igual que el mal puesto cofre de madera que esconde monedas de plata mal habidas, se tambalea en el pedregoso camino.
Al cochero le resulta imposible sortear a las piedras, debe pasarlas por arriba para llegar a su destino, de pronto las aguas del arroyo de Varas le detiene la marcha, como no es profundo, seguro de pasarlo, chicotea a los caballos; por las piedras resbaladizas, por el traqueteo, sin que el cochero se de cuenta, la caja cae al arroyo, la tapa se abre y las monedas, aprovechando la correntada, escapan zigzagueando cuesta abajo.
A unos dos kilómetros más abajo don Gregorio con su hijo Juan están pescando truchas.
-Hijo no te dejés ver por las truchas porque se van.
Pero Juan curioso por conocerlas no le hizo caso. Se paró en la orilla y en un pozo de burbujas pudo ver a una de ellas, como estaba tan cerca pensó:
-Voy a sacarla con las manos.
Con intenciones claras de agarrarla se metió al arroyo, en vano tiró dos manotazos, en su tercer intento sintió que la agarró, pero su rostro se llenó de asombro cuando en sus manos vió que tenía una moneda, entusiasmado tiró otro manotazo a otra escurriza trucha y sacó otra moneda.
-¡Papá! ¡Papá! ¡Mirá! saqué dos truchas pero se convirtieron en monedas.
¿A ver? ¿a ver? ¿de dónde las sacaste?
- ¡De ahí papá! ¡Mirá! ¡Mirá!
- ¡Mirá como nadan las truchas! ¡hay muchas!
Al verlas los ojos de don Gregorio se convirtieron en enormes monedas de plata.
-¡Las pesquemos hijo! ¡las pesquemos!
Mientras tanto en la finca el reto del patrón al cochero se hacia escuchar entre la peonada.
-¡Vamos todos a buscar mi botín! - ¡porqué sin dinero no hay paga!
Cuando llegaron al arroyo los vieron, padre e hijo, pescando sus monedas de plata,
-¡Eh ustedes dos! ¡esas monedas son mías! ¡es el pago de mi peonada! Gritó el mandón patrón.
-¿Qué monedas señor? si lo que tengo en mi morral son truchas. Respondió Juan.
-¡Jaja Jaja Jaja! se río la peonada.
-¡A ver usted! – refiriéndose a don Gregorio-entrégueme las monedas o llamó a la policía. ¡Manga de ladrones!
Cuando iba a hacerlo Juan le gritó:
-¡Papá que hacés si son nuestras truchas! -Nosotros las pescamos.
-¿Qué no vés?
Don Gregorio miró los ojos de su hijo y comprendió.
-Mire señor no se quien será usted.
-¡Si mi hijo dice que son truchas pues son truchas y punto! Retrucándolo.
-Ya traigan a la policía.
¡A ver usted y usted vayan a buscarlos! Ordenándoles a dos de sus peones.
Al rato aparecieron, tropezando, tropezando, dos policías barrigones, con los botones del uniforne a punto de saltar y las botas de cuero mojadas.
-¿Qué pasá aquí? Preguntó el policía de mayor jerarquía.
-Estos malandrines se quieren llevar mis monedas de oro ¡lléveselos! ordenó el terrateniente.
-¡Estas no son monedas! ¡Son mis truchas! Gritó el niño.
A la vez que del malhumorado patrón nacía una maliciosa sonrisa, dijo para terminar el pleito:
¡Ah si mirá vos!
¡A ver! ¡a ver! tira una al agua y si se convierte en trucha es tuya.
Juan arrojó al cristalino arroyo, no una moneda, sino a todas, ¡Ja! grande fue la sorpresa de la autoridad, de la peonada y más aún del patrón al ver que estas se convirtieron en truchas y desaparecían en la correntada.
Al atardecer don Gregorio y su hijo regresaron a su hogar con los morrales cargados de preseas de plata.
Dedicado a mi tío y padrino don Gregorio José Ruiz.

Muy linda la historia!!!!