
Muy cerca del ranchito de Lucho Hernandez hay un sifón de cemento por donde surcan las aguas de una acequia que bordea a las lomas de Yala y esto es lo que sucede en ese lugar:
-En el amanecer de cada día las negruzcas aguas del pozo están quietas, al mediodía burbujean, al atardecer se agitan bajo los sórdidos cantos de los grillos y al anochecer bajo las estrellas de luna llena, de las hediondas aguas, entre medios de sapos y víboras, emerge lentamente de ese pozo de luz propia una cabeza con largos cabellos negros; el espectro de ojos oscuros y de afilados dientes, agarrándose fuerte de los bordes verdes, está visitándonos y ante la magnificencia de la luna levanta la cabeza y sale el aullido infernal avisando su llegada, susto de animales de campo, los más chiquitos podrán huir, los caballos corren de aquí para allá, las vacas solo trotan y mugen alborotas, los grillos se esconden, las luciérnagas se van, por susto las personas no salen y hacen oídos sordos, silencio total.
Mientras tanto la cola del espectro encorvado gozoso chicotea al suelo una y otra vez y antes de que la luna se pierda, ya saciado, casi al amanecer con los garras y fauces llenas de sangre lentamente, apoyándose de los bordes verdes, regresa a su pútrido mundo y como si nada hubiera pasado las aguas del pozo como en todo amanecer se aquietan. Seguro a mi abuelo Felipe Gonzalez le faltan algunas vacas.
