
Agujas y jeringas
En un pequeño estuche de bronce además de jeringas hay enormes y filosas agujas hipodérmicas, que dan miedo ver, para esterilizarlas se vierte agua en el estuche, se lo coloca arriba del fuego de una hornalla de cocina, al hervir unos minutos están listas para ser usadas en los brazos y nalgas de los yaleños por doña Gabina Victoria Ruiz, la enfermera gringa del pueblo de Yala.
Un día don Máximo Ramón Leal, el querido Pescao, un pobre albañil como tantos otros, de tanto mojarse los pies en las frías aguas del río Yala, logró que el “chucho” se apoderara de él, para que pueda reponerse y siga con sus labores sus amigos de tragos rápidos le aconsejaron ir a doña Gabina para que le coloque una inyección, pensando Pescao en la última vez que fue a visitarla primero dudó pero después ante la insistencia de sus compinches decidió ir acompañado por su amigo de travesuras, un simpático changuito que había conocido debajo de un viejo puente, quien de vez en cuando le ayudaba a cortar y sacar leña seca del río.
Es así que Pescao fue a la casa de doña Gabina, temeroso toca la puerta, esta se abre, es atendido por ella, amablemente lo hace pasar y sentar, le dice que espere un momento hasta tanto esteriliza la jeringa y las agujas; doña Gabina abre el cajón de una pequeña cómoda amarilla para sacar el estuche de jeringas y gracias a un espejo que está en una de las paredes pudo ver al lado de Pescao a un niñito, que sentado y cruzando las piernas tinquea tapitas de gaseosas en la mesa de madera, no tiene más de 13 años, viste un limpio delantal blanco y una corbata negra y por lo bien peinado que luce ella dijo: ¡este se está siendo el doctor!. No le causó miedo, ni se asustó por lo que continuó atendiendo a Pescao, pero esta vez preparó dos jeringas, una pequeña para el enfermo y otra un poquito más grande para el changuito, que se hace de escribir recetas en un papel, ni se dio cuenta que había sido descubierto.
El primero en ser atendido es Pescao, quien, después de habérsele puesto una vacuna, con lágrimas en los ojos, rengo-rengo se retira de la casa, olvidándose de su acompañante.
Mientras tanto el “doctor” Latincha sufre bajo la enorme aguja que le coloca doña Gabina en las blancas y flacas nalgas.

Agujas y gruesas jeringas
de una enfermera gringa,
refregándose las nalgas
huye el señor mandinga.